Santa Filomena
Códigos Sagrados:
Santa
Filomena: 127, 59942 y 1998.
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729
Ángeles Escoltas de Santa Filomena
MIRAMAR.
Para reconstruír tu aura
Fiesta
de Santa Filomena: 11 de Agosto.
Nacimiento de Santa Filomena: 10 de Enero.
Nacimiento de Santa Filomena: 10 de Enero.
Fiesta
del hallazgo de sus reliquias: 25 de Mayo.
Celebración
de su Nombre: 13 de Agosto.
Traslado
de sus reliquias a Mugnano (Italia). 10 de Agosto.
Santa Filomena
(del griego Φιλουμένη "amada") fue una virgen y mártir de la Iglesia
cristiana, martirizada bajo el Emperador Romano Diocleciano por el año 304.
Filomena,
considerada una joven mártir de la Iglesia primitiva, no aparece registrada en
ningún martirologio hasta el siglo XIX. El 2 de mayo de 1802, mientras se
llevaban a cabo excavaciones arqueológicas en las catacumbas de Santa Priscila,
en la Vía Salaria de Roma, se encontró una cripta sellada con tres losas de
terracota; estaba rodeada de símbolos que presuntamente aludían al martirio y a
la virginidad de la persona ahí enterrada; los símbolos eran: ancla, tres
flechas, una palma y una flor. Llevaban la inscripción «Lumena — Pax Te — Cum
Fi». Al leer desde la línea de en medio según la antigua tradición de comenzar
el epitafio desde esta línea, se obtuvo el texto correcto que se leería como
«Pax tecum Filumena», que en latín quiere decir «La paz sea contigo, Filomena».
Al abrir la tumba
descubrieron un esqueleto que era de huesos pequeños y notaron, a la vez, que
el cuerpo había sido traspasado por flechas. Al examinar los restos, los
cirujanos atestiguaron la clase de heridas recibidas y los expertos
coincidieron en que el cuerpo encontrado se trataba de una chica joven de 12 o
13 años. Cerca de su cabeza tenía un jarrón roto que contenía lo que se
interpretó como sangre seca, aunque otras fuentes sostienen que eran restos de
perfumes. El recipiente con restos de sangre, fue relacionado con la costumbre
de los primeros cristianos al sepultar a los mártires; también por el signo de
la palma. Posteriormente se colocó su cuerpo en una caja de ébano forrada en
seda y se entregó a la Iglesia, el 10 de agosto de 1805. Sus reliquias se
trasladaron a la Parroquia de la Virgen de la Gracia de Mugnano, donde se
encuentra su santuario.
Según las
revelaciones que dijo recibir la religiosa María Luisa de Jesús, la historia de
Filomena, relatada por ella misma, es la siguiente:
"Fui la hija
de un príncipe que gobernaba un pequeño estado de Grecia. Mi madre era también
de la realeza. Ellos no tenían niños. Eran idólatras y continuamente ofrecían
oraciones y sacrificios a sus falsos dioses. Un doctor de Roma llamado Publio
vivía en el palacio al servicio de mi padre. Este doctor se había convertido al
cristianismo. Viendo la aflicción de mis padres y por un impulso del Espíritu
Santo, les habló acerca de nuestra fe y les prometió orar por ellos si
consentían en bautizarse. La gracia que acompañaba sus palabras iluminó el
entendimiento de mis padres y triunfó sobre su voluntad. Se hicieron cristianos
y obtuvieron su esperado deseo de tener hijos.
Al momento de
nacer, me pusieron el nombre de Lumena, aludiendo a la luz de la fe, de la cual
yo era fruto. El día de mi bautismo me llamaron Filumena, hija de la luz (filia
luminis), porque en ese día había nacido a la fe. Mis padres me tenían gran
cariño y siempre me tenían con ellos. Por eso me llevaron a Roma en un viaje
que mi padre tuvo que hacer debido a una guerra injusta.
Yo tenía trece
años. Cuando arribamos a la capital, nos dirigimos al palacio del emperador y
fuimos admitidos para una audiencia. Tan pronto como Diocleciano me vio, fijó
los ojos en mí.
El emperador oyó
toda la explicación del príncipe, mi padre. Cuando acabó y no queriendo ser ya
más molestado le dijo: "Yo pondré a tu disposición toda la fuerza de mi
imperio. Solo deseo una cosa a cambio, que es la mano de tu hija". Mi
padre, deslumbrado por un honor que no esperaba, accedió inmediatamente a la
propuesta del emperador y cuando regresamos a nuestra casa, mi padre y mi madre
hicieron todo lo posible para inducirme a que cediera a los deseos del
emperador y los suyos. Yo lloraba y les decía: "¿Ustedes desean que por el
amor de un hombre yo rompa la promesa que he hecho a Jesucristo? Mi virginidad
le pertenece a Él y yo ya no puedo disponer de ella".
—Pero eres muy
joven para ese tipo de compromiso -me decían y juntaban las más terribles
amenazas para que aceptara la mano del emperador.
La gracia de Dios
me hizo invencible. Mi padre no podía cambiar la decisión del emperador pero
quería deshacerse de la promesa. Fue obligado por Dioclesiano a llevarme a su
presencia.
Antes tuve que
soportar nuevos ataques por parte de mis padres hasta el punto que de rodillas
ante mí, imploraban con lágrimas en sus ojos que tuviera piedad de ellos y de
mi patria. Mi respuesta fue: "No, no. Dios y el voto de virginidad que le
he hecho están antes que ustedes y mi patria. Mi reino es el Cielo".
Mis palabras los
desesperaban y me llevaron ante la presencia del emperador, quien hizo todo lo
posible para ganarme con sus atractivas promesas o con sus amenazas, que fueron
inútiles. Se puso furioso e, influenciado por el demonio, me mandó a una de las
cárceles del palacio donde fui encadenada. Pensaban que la vergüenza y el dolor
iban a debilitar el valor que mi Divino Esposo me había inspirado. Me venía a
ver todos los días y soltaba mis cadenas para que pudiera comer la pequeña
porción de pan y agua que recibía como alimento y después renovaba sus ataques,
que si no hubiera sido por la gracia de Dios no habría podido resistir. Yo no
cesaba de encomendarme a Jesús y su Santísima Madre.
Mi cautiverio
duró treinta y siete días, y en medio de una luz celestial, vi a María con su
Divino Hijo en sus manos. Ella me dijo: "Hija, tres días más de prisión y
después de cuarenta días, se acabará este estado de dolor". Esas felices
noticias hicieron que mi corazón latiera de gozo, pero como la Reina de los
Ángeles había añadido, dejaría la prisión para sostener un combate más terrible
que los que ya había tenido. Pasé del gozo a una terrible angustia que yo
pensaba me mataría. "Hija, ten valentía" —dijo la Reina de los Cielos
y me recordó mi nombre que había recibido en mi Bautismo diciéndome: "Tú
eres Lumena, y tu Esposo es llamado Luz. No tengas miedo. Yo te ayudaré. En el
momento del combate, la gracia vendrá para darte fuerza. El ángel Gabriel
vendrá a socorrerte. Yo le recomendaré especialmente a él tu cuidado".
Las palabras de
la Reina de las Vírgenes me dieron ánimo. La visión desapareció dejando la
prisión llena de un perfume celestial.
Lo que se me
había anunciado, pronto se realizó. Diocleciano perdiendo todas sus esperanzas
de que yo cumpliera la promesa de mi padre, tomó la decisión de torturarme
públicamente. El primer tormento era ser flagelada. Ordenó que me quitaran mis
vestidos y que fuera atada a una columna en presencia de un gran número de
hombres de la corte. Hizo que me azotaran con tal violencia que mi cuerpo se
bañó en sangre y lucía como una sola herida abierta. Pensando que me iba a
desmayar y morir, el tirano hizo que me arrastraran a la prisión para que
muriera.
Dos ángeles
brillantes de luz se me aparecieron en la oscuridad y derramaron un bálsamo en
mis heridas, restaurando en mí la fuerza que no tenía antes de mi tortura.
Cuando el
emperador fue informado del cambio que en mi había ocurrido, ordenó que me
llevaran ante su presencia y trató de convencerme de que mi sanación se la
debía a Júpiter, que deseaba que yo fuera la emperatriz de Roma. El espíritu
Divino, a quien yo debía la constancia en perseverar en la pureza, me llenó de
luz y conocimiento y a todas las pruebas que daba de la solidez de nuestra fe,
ni el emperador ni su corte podían hallar respuesta.
Estatua que
representa a santa Filomena, ubicada en el interior del complejo de los
Sagrados Corazones en San Juan de Aznalfarache.
Entonces, el
emperador, frenético, ordenó que me arrojaran con un ancla atada al cuello a
las aguas del río Tíber. La orden fue ejecutada inmediatamente, pero Dios
permitió que no sucediera.
En el momento en
que iba a ser precipitada al río, dos ángeles vinieron en mi socorro y cortaron
la soga que estaba atada al ancla, que fue a parar al fondo del río, y me
transportaron gentilmente a la vista de la multitud a las orillas del río.
El milagro logró
que un gran número de espectadores se convirtiera al cristianismo.
El emperador,
alegando que el milagro se debía a la magia, ordenó que me arrastraran por las
calles de Roma y que me dispararan una lluvia de flechas. Brotó la sangre de
todas las partes de mi cuerpo y ordenó que fuera llevada de nuevo a mi
calabozo. El cielo me honró con un nuevo favor: entré en un dulce sueño y
cuando desperté estaba totalmente curada. El tirano, lleno de rabia dijo:
"Que sea traspasada con flechas afiladas". Otra vez los arqueros
doblaron sus arcos, emplearon todas sus fuerzas, pero las flechas se negaban a
salir. El emperador estaba presente y se puso furioso. Entonces, pensando que
la acción del fuego podía romper el encanto, ordenó que las saetas se pusieran
a calentar en el horno y que fueran dirigidas a mi corazón. Fue obedecido, pero
las flechas, después de haber recorrido parte de la distancia, se giraban y
regresaban para herir a aquellos que la habían disparado. Seis de los arqueros
murieron. Algunos de los demás renunciaron al paganismo y el pueblo empezó a
dar testimonio público del poder de Dios que me había protegido. Esto enfureció
al tirano y determinó apresurar mi muerte, ordenando que me decapitaran con un
hacha. Algunas personas que presenciaron esto, guardaron mi sangre en un jarrón
y sepultaron mi cuerpo.
En la iconografía
católica se retrata a Filomena como una chica de pelo largo, ondulado y oscuro,
vestida con una túnica larga generalmente blanca, o rosado pastel, con hojas de
palma (símbolo de martirio), flechas o un ancla en las manos, y una corona real
o de flores en la cabeza.
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